La revolución del 3D está llevando a la picaresca a las productoras debido al precio más elevado de la entrada del cine.
Alicia en el País de las maravillas y Furia de Titanes por poner un ejemplo, produjeron sus películas desde un principio en 2D y contrataron un servicio de postproducción, mediante software, que permite trasladar sus imágenes al 3D, con una calidad muy baja y sin aportar realmente el valor añadido de esta nueva tecnología.
Consiguen una distribución mucho mayor, en cines normales y cines 3D, cobrando un precio extra por la entrada.
El 3D es una experiencia inmersiva que aporta al espectador un ingrediente atractivo que le permite sumergirse dentro de la película. Para producir una película en 3D, los productores tienen que cambiar el chip, y concebir el guión y la narrativa pensando en 3D desde el principio.
Si no lo hacen de esta manera y se apuntan al 3D a última hora, lo único que consiguen es engañar al espectador.
Por poner un ejemplo, es como si produjésemos una película en blanco y negro, y finalmente en postproducción nos dedicásemos a pintar fotograma a fotograma para sacar la versión en color.
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